miércoles, 9 de marzo de 2016

¿Cómo se crean empleos? Por Gustavo Matta y Trejo

Por Gustavo Matta y Trejo 

Publicado el 17 de Julio de 2002 en el períodico BAE

El país tiene todo tipo de problemas. Necesita modificar los sistemas político, judicial, de seguridad, de defensa, de salud, de educación, impositivo, monetario, bancario, entre tantas otras cosas. Pero tal vez el problema más urgente sea el de crear empleo para millones de argentinos. ¿Cómo lo hace? Una vía practicada ha sido la de brindar trabajo en el sector público. Para pagar esos salarios los gobiernos deben recurrir a impuestos, deuda o emisión de moneda sin respaldo.

Los impuestos y el endeudamiento requieren la existencia del sector privado. Si las empresas y los particulares dejan de producir, no hay a quién cobrarle impuestos. Si el sector privado deja de ahorrar, no hay fondos para tomar prestado.

En tanto, la emisión de moneda provoca aumento de los precios, con lo cual los salarios pierden valor rápidamente y desvirtúan el sentido mismo del empleo: se trabaja para poder comprar lo que se necesita, no para recibir papel moneda sin poder adquisitivo.

Pero hay algo mucho más importante que por tan obvio suele pasarse por alto: es el sector privado el que produce la mayor parte de los productos y los servicios que la comunidad necesita. Alimentos, medicamentos, ropa, viviendas, son producidos por empresas y particulares. Son tales bienes y servicios los que motivan la necesidad de un empleo.

El problema de la gente es poder adquirir esas cosas. La función esencial de la economía es la producción. Por eso, ahogando al sector privado se mata a la gallina de los huevos de oro.

Si todavía hubiese alguien que piensa que la solución es que el Estado se haga cargo de la producción, se le podría sugerir repasar la historia de la Rusia soviética. Después del fallido experimento que duró setenta años, se ve hoy que Rusia está pasando a integrar el grupo de países industrializados, el que se llamaría G-8 en lugar de G-7.

Para ello, los restantes países han debido declarar que Rusia es ahora una economía de mercado.

Aunque sea discutible que Rusia pueda ser calificada como una genuina economía de mercado, lo concreto es que ahora está claro cuál es la organización económica que funciona en la práctica.

Lea más de esta nota en el blog oficial de Gustavo Matta y Trejo
Cononce más sobre el autor en su perfil profesional.

martes, 22 de diciembre de 2015

¿Nuestra crisis es culpa del capitalismo?

En los ’90 se privatizaron empresas públicas, se abrió la economía, se logró la estabilidad monetaria con la convertibilidad, se reformó el sistema de jubilación, se abandonó la tan mentada “tercera posición” y la Argentina se alineó con el mundo capitalista, entre otras cosas. Pero, finalmente, se terminó en la fenomenal crisis que nos rodea. Hay personas que entonces concluyen que todas esas políticas “capitalistas” no trajeron el tan ansiado bienestar, por lo que deberíamos ahora desandar el camino recorrido, revertir la extranjerización de nuestras empresas y bancos, protegernos de la globalización salvaje que sólo beneficia a los poderosos y hacer que el Estado retome la dirección de la actividad económica, para beneficio de los argentinos.

¿Es correcto este diagnóstico? Para dirimir la cuestión, conviene recordar que los fenómenos sociales son complejos y que la historia siempre presenta una constelación de hechos y políticas que concurren al mismo tiempo, produciendo efectos favorables algunos, desfavorables otros. Es decir, las políticas mencionadas pudieron ser muy positivas, pero quizá fueron contrarrestadas por hechos y políticas que jugaron en contra, al punto de traernos a la crisis actual.

Lee más: ¿Cómo se crean empleos?

Para ilustrar el concepto, imaginemos una persona que ha decidido ocuparse un poco más de su salud. Para ello ha comenzado una dieta adecuada y va al gimnasio tres veces por semana. También ha decidido fumar menos, aunque no ha logrado dejar totalmente el cigarrillo. Resulta entonces que, por andar desabrigada, esa persona se enferma de una gripe severa que la deja en cama quince días. Sería absurdo que esa persona concluya que se enfermó por la dieta y el gimnasio.

En el plano internacional, la década del ’90 presentó circunstancias que afectaron negativamente a nuestro país y que nos hubiesen complicado cualquiera hubiese sido nuestro sistema económico: la crisis mexicana del ’95, la crisis asiática del ’97, la caída de los precios de los commodities, la suba de la tasa de interés internacional, la crisis rusa del ’98 y la brasileña del ’99, por nombrar algunas de las más destacadas. Por supuesto, la mayor o menor medida en que tales eventos nos pudieron afectar no fue independiente de otras circunstancias internas de nuestro país.

En el plano interno, recordemos que nunca se logró reformar adecuadamente nuestra legislación laboral, frustrándose una vez más el logro de un sistema que favorezca la inversión productiva, la creación de empleos y el aumento genuino y sostenible del salario real. Algo similar ocurrió con nuestro sistema de salud y obras sociales. Tampoco se logró modificar la Ley de Coparticipación Federal, que genera incentivos perversos para el manejo de las finanzas públicas de Nación y provincias.

¿Qué decir, entonces, del gasto y el endeudamiento públicos? Entre 1991 y el 2001 el PBI, en moneda corriente, creció 56 por ciento. El gasto público consolidado creció 76 por ciento. Es decir, el gasto público subió 36% más que la producción de bienes y servicios. La deuda del sector público se incrementó 151%, pasando de constituir un tercio del PBI a superar la mitad de él.

La pregunta es, entonces, si la Argentina estaba en condiciones de soportar semejantes niveles de gasto y deuda. El procedimiento no es compararse con los EE.UU. o Europa e investigar si las relaciones deuda-PBI o gasto-PBI son semejantes. ¿Por qué no? Por diversas razones. La más relevante es que esos países tienen una estructura de capital acumulado mucho mayor que la nuestra, pues han venido invirtiendo en bienes productivos y tecnología durante muchos años. Por ello, el impacto del gasto y la deuda sobre la generación de riqueza es necesariamente mucho menor. En otras palabras, si uno vive en una mansión y tiene un millón de dólares ahorrados puede despilfarrar sus ingresos durante algún tiempo sin que por eso vaya a terminar en la calle. Pero si uno apenas puede pagar el alquiler de un pequeño departamento y no tiene ahorros, será mejor que gaste lo indispensable, evite endeudarse e intente ahorrar todo lo posible, si es que quiere progresar sin apropiarse de lo ajeno.

El gasto público hubo que financiarlo, y como no se podía emitir dinero las vías que quedaban eran los impuestos y el endeudamiento.

Cuando el Gobierno cobra impuestos, está tomando dinero de los particulares y empresas que producen. Dinero que podría haberse invertido para producir más, pero que, en cambio, se usa para pagar gastos de hoy. O sea, los impuestos capturan riqueza y frenan el crecimiento, y es por ello que desde tiempos inmemoriales, aun antes del advenimiento del sistema capitalista, fue complicado cobrarlos, cuando no fueron causa de guerras sangrientas. Es absurdo sostener que los impuestos no afectan la producción porque ese dinero se hubiese ido al exterior de todos modos. El dinero se va al exterior justamente para escaparse de la insaciable sed recaudadora del Gobierno. Si el país ofrece oportunidades, el capital no sólo no se va sino que viene.

Cuando el Gobierno se endeuda internamente está usando el crédito disponible. Crédito que las empresas hubiesen empleado para producir más, pero que el Gobierno usa para sus gastos de hoy. Por lo tanto, se produce menos. Pero la cosa no termina ahí, porque cuando haya que repagar la deuda en el futuro, habrá que aumentar los impuestos; y dado que la producción no creció tanto como hubiese podido, justamente porque el crédito se desvió hacia las actividades no productivas del Gobierno, esos impuestos ahogarán la producción y, probablemente, no se puedan recaudar. Pero, claro, se puede suponer que la deuda se renovará o, caso contrario, no se pagará. Con lo cual se compromete el crédito futuro porque los acreedores aprenden que si le prestan su dinero a nuestro Gobierno, lo pierden.

Cuando el Gobierno se endeuda en el exterior, el espejismo alcanza un grado superior. En efecto: el dinero así obtenido es el producto de extranjeros, por lo cual no representa un sacrificio actual para los residentes. Así que todo parece ir muy bien porque el costo no se percibe. Pero ese dinero, aun con convertibilidad, produce un efecto análogo al de la emisión de moneda: la mayor cantidad de dinero en circulación afecta los precios internos. Los hace subir o no los deja bajar, dependiendo de cuánto aumente la producción de bienes y servicios. Sea como fuere, la industria local pierde competitividad relativa frente a la industria extranjera. Y si estamos con un régimen de convertibilidad, se echa la culpa al tipo de cambio fijo. Al igual que con la deuda interna, llegará el día en que habrá que pagar la deuda externa, pero quizá se confíe en que se podrá renovar… o tal vez no pagar.

Es por ello que el gasto público desmedido y sus consecuencias, más impuestos y mayor endeudamiento, contribuyeron sustancialmente a la crisis que hoy vivimos. Sus efectos fueron tan devastadores que llegaron a cancelar los efectos positivos de las políticas mencionadas. La estabilidad monetaria, la apertura al mundo globalizado y las privatizaciones, aun con algunos errores que pudieron haberse cometido por inexperiencia, fueron políticas positivas que cambiaron el rumbo declinante de nuestro país y nos colocaron en la senda del progreso. No importa demasiado ponerle “nombre” a esas políticas; no es relevante llamarlas capitalistas, liberales, neoliberales o de mercado. Importa distinguir qué es lo que nos ayuda a crecer y elevar el nivel de vida y qué es lo que nos conduce a la pobreza y la desesperanza que hoy vivimos.
Gustavo Matta y Trejo es Profesor titular de análisis económico de Eseade 
Más artículos del autor